"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Córtenle la cabeza

¡CÓRTENLE LA CABEZA! Jorge Muñoz Gallardo. Lo encontré en el patio y después de meterlo dentro de un saco lo llevé a la bodega y lo encerré ahí para que cazara los ratones que se estaban comiendo mis cereales. Pero, en lugar de eso, el muy cara dura empezó a gritar diciendo que era el gato de Cheshire. Le contesté: -¿Y qué me importa a mí? Te traje para cazar ratones. -Yo no cazo ratones, soy el gato de Cheshire, como helados, fresas y torta de chocolate, conozco a la Reina de Corazones, al Conejo Blanco y al Sombrerero Loco. -¿A sí? ¡Y yo conozco a Robin Hood! -le contesté airado. -Además de ser un holgazán eres un gato odioso y oportunista, que intenta valerse de nombres ajenos para conseguir su propósito. Lo dejé aullando de rabia y me fui a la casa, ya comenzaba a oscurecer, estaba cansado, había estado trabajando todo el día en el huerto. A las nueve en punto me acosté dispuesto a disfrutar de una buena lectura, pero cuando me preparaba para leer con la espalda apoyada en los almohadones, se abrió la puerta y entró una figura pequeña y blanca, era un conejo que sostenía un reloj con una cadena de oro entre las manos. Lo miré asombrado, y antes de que yo pudiera articular una sola palabra, dijo: -Soy amigo del gato de Cheshire... Fingí que lo escuchaba con atención mientras mi mano derecha iba lentamente hacia una de mis pantuflas, y cuando la tuve cogida se la arrojé en plena cabeza. El asustado conejo lanzó un chillido y salió corriendo, el reloj saltó al suelo y rebotó contra la pared, haciendo sonar la campanilla que por suerte se quedó en silencio a los pocos segundos. Con una sonrisa perversa me acomodé nuevamente y abrí el libro, pero un ruido en la puerta me distrajo. Un hombrecillo flaco, que llevaba puesta una chaqueta de paño gris, muy ajustada, camisa blanca y un corbatín rojo, y cubría su cabeza con un sombrero de copa, me miraba sin parpadear. Era tan ridículo que sentí ganas de echarme a reír, al parecer notó mi expresión de burla porque se puso pálido y me reprendió con voz aguda: -¿Cree que es correcto reírse de un caballero? Lo observé con mayor atención, y le dije con sorna: -¿Cuál caballero? Esta vez su cara se volvió roja, sus ojos se agrandaron hasta quedar como huevos fritos, y quitándose el sombrero, lo tiró al suelo y empezó a zapatear sobre el mismo hasta dejarlo reducido a un trozo de género irreconocible, luego se marchó profiriendo maldiciones. Ya no tenía ganas de leer, dejé el libro en la mesita de noche, recostado en los almohadones pensé en lo que había sucedido. Sin embargo no pude pensar demasiado porque la puerta se movió otra vez y entró una mujer baja y gorda, acompañada de unos soldados, se quedó mirándome con impertinencia, y hablando a los soldados, dijo: -¡Es él! ¡Es el sujeto que robó el gato! ¡Atrápenlo, y córtenle la cabeza! Los soldados avanzaron amenazantes, alcancé a saltar por la ventana y correr hacia el patio. Ellos también saltaron, eran muy ágiles, me capturaron cuando trepaba el cerco. Fui arrastrado en el suelo hasta una piedra plana, con forma de mesa, me doblaron sobre ella, con las manos atadas en la espalda, de modo que mi cuello y cabeza quedaron en el centro de la piedra, el verdugo, que cubría su cara con una capucha negra, levantó el hacha, yo sentí que todo mi cuerpo temblaba agitado por una especie de corriente eléctrica. En ese instante sonó el despertador. Abrí los ojos, todavía aterrorizado, al comprobar que estaba en mi habitación, que las cosas seguían igual que antes, respiré con un gran alivio.

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